02 diciembre 2008

La Pintura

“El destino no otorga perdón a los sentenciados.”
-JC-



Una noche más sin sentido. Una noche más para divagar y pensar sobre un pasado lleno de victorias y despilfarro. Una noche más que me recuerde el dolor, el pesar de todo lo que fui, de todo el respeto que pululaba a mi alrededor. Una noche más para entender la fatalidad de mi desdicha, una noche más a la que le robo el derecho de quejarme de esta inmundicia que muchos llaman existencia. Demasiado cobarde para quitarme la vida, demasiado patético para querer sudar por un mejor mañana. Demasiado, todo parece demasiado ahora.

Tales eran los pensamientos de aquel hombre que caminaba con semblante mórbido por aquel callejón oscuro. La frente siempre apuntando al frío cemento de la acera como quien fervientemente pide perdón por su existencia.

Su vida no siempre fue tan mala. No siempre tuvo que humillarse ante los infortunios del destino y no siempre comprendió la ironía de la vida. En el punto más alto de su carrera se le veía con los mejores trajes, fantaseando con una riqueza aun mayor. Una riqueza que no se hubiese podido guardar en todas las pirámides de Egipto juntas.

En flamante limosina, le gustaba exhibirse por las calles más transcurridas de la ciudad. Mirando tras su polarizada realidad. Comparando sus riquezas ante la desdicha que aplica la realidad en aquellos a los que él consideraba menos afortunados.

Siempre con burlezca sonrisa adornando su rostro, le gustaba preguntarse a que sabría esa inmundicia de comida urbana que tanto parecía gustar a los simples mortales de una ciudadela infestada de malicia y pesares. Y cómo encontraba el recogijo en saberse inmune a ese mundo dentro de su fortaleza, dentro de su pomposo carruaje que seguía desfilando entre las quebradas calles de una ciudad sin futuro.

Le parecía increíble la basura en las esquinas y arrugaba su rostro cada vez que veía una acera pintarse de negro por el smog de alguno de esas pesadillas que la gente común llama autobuses. Creía que dicho smog haría agujeros en sus pulmones al primer contacto con su ya costosa nariz. Y lo pensaba mientras degustaba un habano de esos que se podría decir valen más que lo que cualquiera de esos inmundos personajes podría ver en su vida.

Pero ni los Titanes con su imponencia y bravura lugraron ganar todas sus batallas. Ni su corazón que él creía de diamante, pudo resistir esa vuelta inevitable que da el destino.

Como buen magnate, disfrutaba de poner su dinero en juego al punto de no medir cuanto era lo que perdía contra cuánto era lo que ganaba. Y entre vicios, lujuria y otros hábitos innombrables, iba dando tumbos entre las paredes de este corredor de la vida que solo tiene una sola vía.

Y así sus arcas se fueron acabando. Todo su imperio fue oxidándose como un viejo fierro dejado en el olvido bajo el fondo del mar. Todo de lo que alguna vez pudo jactarse se fue agotando y se fue dando cuenta de que nada es eterno ni, mucho menos, exento de las leyes del sino. Y así, poco a poco  aquel dios inmortal fue bajando del Olimpo y se fue convirtiendo en un mortal más de esos que tanta náusea le causaban.

Y así, sus trajes tejidos con el sudor miles de guasanos de seda se fueron deshaciendo. Su carruaje sufragó un poco su dignidad rescatando en algo el precio inicial de la inversión y todo sobre aquello que una vez estubo bajo su dictadura, se fue desvaneciendo poco a poco bajo libertades y amnistías sobre las que él nunca pudo objetar.

Y así vivía ahora, asqueado de su destino sin entender que estaba pagando por todas la veces que creyó burlarse de la vida. Sin tener la humildad de aceptar que la miseria que ahora florecía en sus bolsillos no era más que el fruto de toda la ira y la incompresión con la que sus ignorantes ojos asimilaban los días.

Con la mano siempre en el bolsillo de su gabardina, se aferraba tercamente a aquello que él creía lo salvaría de las sombras residuales de su oscuro pasado. Seis oportunidades para dar en el blanco era lo que lo separaba de sentirse indefenso en el mundo.

En su trayecto de regreso de su ahora mundano trabajo a la pocilga a la que consideraba su nuevo hogar, cierta noche notó la apertura de una nueva tienda de curiosidades que por algún motivo llamó su atención. Decidió a hechar un vistazo y asomó sus curiosos ojos por la ventana.

Miles de objetos extraños, de lugares distantes desfilaban en los estantes de la tienda. Miles de intrigantes amuletos, estatuas, alfombras y todo cuanto la mente se pudiera imaginar. Algo en un muro llamó incomprensiblemente su atención. En aquella pared blanca colgaba una pintura que parecía llamarlo, que parecía gritar su nombre con cada pincelada con la que fue trazada. No pudo ver bien el tema sin embargo la curiosidad que sentía parecía ser superada por la inexplicable necesidad de tener aquella pintura.

Esa noche no pudo dormir. La pintura aquella quedó grabada en la córnea de sus ojos, en cada neurona de su cerebro. Parecía como que cada palpitar de su corazón le recordaba que debía volver a aquella tienda y obtener aquella pintura que ya podía ver colgada en su pequeño y asfixiante cuarto.

Y así la noche cedió su turno al día y desesperadamente se levantó apresurado con la necesidad de obtener aquella pintura. Excitado y emocionado salió de su casa con aquella misma adrenalina que solo sentía cuando ponía su dinero en juego. La mano siempre en el bolsillo de su gabardina, nada importó ese día. Su destino no era su mundano trabajo, sino aquella nueva tienda que parecía haberle robado una parte vital de su alma.

La tienda no estaba abierta tan temprano y como un depredador que quiere asustar a su presar, se paseaba inquietantemente frente al umbral de aquel establecimiento. Las horas pasaban y la incertidumbre crecía. Miles de preguntas llenaban su mente. ¿Y si no abren? ¿Y si ya abrieron y vendieron la pintura y volvieron a cerrar? Nimiedades tan absurdas que nadie en su sano juicio se hubiese atrevido a pensar.

Cansado ya de esperar, ahora sentado en el primer escalón de la entrada del establecimiento, la vida volvió a sus ojos cuando escuchó el cerrojo abrirse y vio una mano dar vuelta a aquel rótulo de cerrado que tanto le carcomía las entrañas.

Y así con el temor y la ilusión de aquel niño en su primer día de escuela, entró a aquella tienda a cerrar su destino.

Con paso temeroso se dirigió a la pintura siendo detenido por un “buenas tardes”. Normalmente nada lo hubiese detenido pero tal saludo fue profesado de una manera tan tenebrosa que fue como si una ventizca del peor invierno del mundo se hubiese desatado en cada una de sus células. Volteó su cabeza hacia el viejo mostrador en la esquina de la tienda y vio a un personaje difícil de describir con palabras simples y sencillas.

Tras el mostrador se escondía algo que alguna vez fue una persona. Un boceto de ser humano con reminicensias de cabello en una cabeza bastante imperfecta. Con la estatura de un niño, la voz que emanaba de su boca no concordaba con el reloj de su vida. Su piel se veía curtida pero él no supo ditinguir si por el tiempo o por la desgracia. Uno de sus ojos no era más que un mero adorno. Un recuerdo de algo que alguna vez fue funcional no era ahora más que un objeto de exhibición enconado en una órbita que probablemente ya había visto demasiadas cosas como para querer seguir sosteniendo aquel molesto recuerdo.

Buenas tardes, respondió aquel temeroso personaje con voz quebrada y temblorosa. Poco a poco sentía como el movimiento regresaba a los músculos, como si cada uno le fuera indicando al cerebro que estaba bien moverse y que estaba bien aflojar levemente aquello que, en el bolsillo de su gabardina, lo libraba de todo peligro, de todo mal.

Podiendo ahora caminar, se encontró frente a frente con aquella pintura que tanto había llamado su atención. Miró horrorizado la macabra temática de la misma. El entorno se asemejaba a un pantano. Extraños insectos desfilaban en lo que parecía un lodozo suelo. La luna parecía tan asustada que solo se asomaba un poco tras una grices nubes. En el fondo unas montañas negras coronaban uno de los más tristez firmamentos que jamás se hayan pintado. Y, en primer plano, dos árboles sin nada más que dos frondosas ramas por árbol de las cuales colgaba una especie de jáula de un hierro viejo y cansado. El detalle era tal que se veía el herrumbre en la cerradura en en alguno que otro barrote. Dos jaulas estaba ocupadas, dos jaulas estaban vacías.

Y dentro de cada jaula, algo que se podría llamar un ser humano. Dos prisioneros de una cruel fortuna. Dos almas que parecían querer morir sin poder lograrlo. En su rostro se dibujaba algo que, por falta de una mejor palabra, llamaremos angustia. El llanto se deslizaba en sus mejillas dejando un zurco de dolor y sufrimiento. Uno tenía una mano en su cabeza y el otro una mano en su mejilla.

Con cierto temor descolgó la pintura y le pareció más pesada de lo que en realidad debería ser. La llevó hasta aquel remedo de ser viviente que habitaba detrás del mostrador y sin mucho cambio en su semblante, aquel pequeño ser se rehusó a venderle la pintura a aquel que con tantas ansias la esperaba.
Mucho insistió aquella ilusa y terca alma pero nada convenció a aquel viejo de vender aquella pintura a quien moría por tenerla.

Indigando, aquel iluso dejó de insistir. Pero se rehusó a partir sin una explicación que, a su criterio, justificara aquella negativa tan prominente.

Con un suspiro como preámbulo, aquel viejo dijo que esa pintura era mágica. Que los hombres pintados en aquella obra eran capaces de predecir el futuro siempre y cuando se reemplazara un alma con otra. Eso fue lo que dijo el viejo en cierta forma de un ridículo acertijo. La pregunta más obvia se le vino a la mente a la inquisitiva mente del que todo lo tuvo y todo vio esfumarse. ¿Y si el alma no se reemplaza? Y el viejo guardó silencio alegando luego que no recordaba el resto de la historia.

Queriendo corroborar la historia del viejo y dado de que la pintura no iba a ser suya, la mano finalmente salió del bolsillo. Desde la acera se veía la tienda y se oyó un fuerte sonido de muerte. Y con flamante sonrisa salió aquel de la tienda. Una mano dentro del bolsillo, y la otra cargaba una pintura que nunca debió de haber sido suya.

Al llegar a su casa lo atacaron miles dudas. ¿Y si alguien me vió? ¿Y si alguien escuchó? ¿Y si pueden probar de que yo aceleré el destino del viejo? Aunque dentro de su alma pensaba que le había hecho un favor.

Decidió colgar la pintura en su cuarto, el lugar que inexplicablemente le pareció más llamativo para tan macabra obra de arte.

Y llegó la noche. La espelusnante hora en donde el ser humano aumente exponencialmente su vulnerabilidad. Que ridícula máquina le parecía el ser humano cuando pensaba que estar dormido es tan similar a estar muerto que para notar la diferencia hay que mirar con detalle a la víctima.

La cortina de la ventana siempre cerrada temerosos a extrañas visiones que acosaban su humanidad desde su juventud. Todo es oscuridad, todo es maligno y sospechoso. Aquella foto, buen recuerdo de un pasado exitoso, se torna ahora una mancha ilegible. Una espranza marchita que infunde temor. Todo adquiere una figura diferente de noche, todos los sentidos se acentúan y hasta el ruido más ridículo creoa un terrorífico eco que resuena en los poros.

La puerta del closet cerrada. Un miedo inexplicable infundado desde una edad muy temprana. La cama no tiene espacio en el suelo como para que algo o alguien pueda esconderse. Es como si alguien hubiese tomado su tranquilidad y la hubiese escondido en un frasco que nunca más se va a poder abrir.

Y así se dispuso a dormir y lo hubiera conseguido de no ser por unos extraños sonidos que emanaban de algún rincón de aquel cuarto. Algo muy parecido a varios quejidos circulaba en el aire.

Rápidamente se puso de pie para encender la esperanza de 100 wats que reinaba sobre su cabeza. Con incertidumbre escrudiño cada centímetro de su pequeño e incómodo cuarto sin poder encontrar nada fuera de lo ordinario. Nada más aque aquella agobiante pintura que ahora colgaba de una de sus paredes.

Creyendo estar ya demente de tanto vivir entre los mortales, esfumó la esperanza que le iluminaba la realdiad y regresó a su lecho. Prestando atención por unos momentos comenzó a cerrar sus ojos cuando de nuevo, ahora claros quejidos inundaron el cuarto.

De nuevo, el más frío de los inviernos jamás pensados se apoderó de sus nervios. Los quejidos profesaban y sugerían dolor, angustia y una inimagibable depresión. Y ahora lo supo, ahora lo entendió. Los quejidos venían de aquella pintura que nunca debió de haber sido suya. Como si la escena hubiese cobrado vida. Lentamente sus ojos se abrieron y con el más grande de los temores volvió su cabeza hacia aquel fatídico lienzo con aquella nefasta obra de arte.

Una extraña aura rodeaba la pintura y, ante su asombro, toda al escena se movía como lo haría en la vida real. Y aquellos pobres desdichados en las cajas se quejaban y eran sus quejidos los que traspasaban el grosor de las paredes de su cuerpo y atacaban el nervio mismo del corazón.

Rápidamente recordo aquello que el viejo le había dicho. La pintura sí era mágica, por lo menos esa parte era cierta. Entonces quizá lo demás también era cierto y en sus ansias de su antigua vida, recogió todo el valor que le quedaba en algún centímetro de su cuerpo y preguntó el número que iría a salir al día siguiente en el sorteo de la lotería.

Los quejidos se silenciaron y un viento seco sopló en la habitación y con vos salida del mismo Hades, pudo entender el número que la pintura profetizó.

Al día siguiente salió rápido a su lugar de trabajo pasando antes por un puesto de lotería en el que compró aquel número obtenido de manera tan deshonesta. Para evitar sospechas, tomó una ruta distinta a la usual para no tener que pasar por la tienda en donde la tarde anterior había sellado el destino de una lama. No invirtió mucho dinero en la lotería pues para él era imposible que tal cosa fuese real. De hecho, se seguía preguntando si no hubiese sido todo un sueño o una pesadilla.

De regreso en su casa, la noche no trajo más que buenas noticias. La hora del sorteo llegó y casi no podía creer cuando el anunciador enseñó a la cámara el número que expresaba el mismo tiquete que él sostenía en su mano. No lo podía creer, ¡era cierto! La pintura, la magia, el futuro y fue hasta entonces cuando el llanto rompió en su rostro. Vio su antigua vida de regreso. Vio todo el lujo y toda le excentricidad tocar a la puerta de su casa una vez más.

Y así, acostó su cuerpo con ansias esperando aquellos macabros quejidos que ahora sonaban a libertad. Más nunca se oyó nada. Esa noche fue una de las más silenciosas que su alma recuerda. Y de nuevo el sueño se le escapó entre los dedos. La ansiedad lo hacía pensar tantas cosas. Tantas combinaciones que podía haber afectado los resultados de esa noche. Una y otra vez repasaba las variables y nada podía exlicar el porque esa noche todo era silencio.

A la mañana siguiente fue a cambiar su premio. No era tan jugoso y esto lo preocubapa pues no sabía lo que tenía que hacer para que la pintura cobrara vida una vez más. Decidó pasar a asomarse a la tienda donde todo había comenzado. Quizá ahí adentro hubiese alguna pista de lo que debía hacer, de como hacer que la pintura cobrase vida. Pero su aliento se cortó de repente al llegar a aquel lugar y ver el lote exactamente como su mente lo había visto ya tantas veces. Una vieja estructura abandonada de ventanas quebradas y una puerta rota y absolutamente nada adentro. Como si la tienda nunca hubiese esta ahí.

Desconcertado y asustado decidó divagar por el parque. Sentado en una banca miraba el cielo como si algun mensaje oscuro estuviese oculto en alguna de las nubes que danzaba con el sol. Pero nada nunca vino a asu ayuda, nada vino a su rescate y la incertidumbre inundó su cabeza y el desconcierto se apoderó de sus manos.

Y allá iba, de regreso a su casa. Una mano en el bolsillo ahora con cinco excusas para salvarse la vida. La noche cayó sobre su trayecto. De camino a su casa, por aquel callejón donde comenzó esta historia una sombra se posaba serena detrás de un basurero. Apretando fuertemente la mano en su bolsillo, caminó con valentía siempre hacia adelante hasta que la sombra salió a su encuentro. En aquel rostro reconoció a uno de aquellos tantos enemigos que solo pueden dejar las deudas. La cara llena de maldad, y su mirada dictando pena de muerte en el alma de los deudores.

Pero la mano en el bolsillo es la solución para todo y así, sin cruzar palabras. Otro estruendo se escuchó y solo una sombra caminó fuera de aquel fatídico callejón.

Con agitado pulso llegó a su casa. La misma incertidumbre inundaba su mente y con mucho en que pensar, decidió irse a dormir. No había pasado mucho tiempo cuando aquellos tétricos quejidos comenzaron a inundar el cuarto nuevamente. El proceso se estaba repitiendo y creyó finalmente haber descubierto la variable que le faltaba. A su mente se vinieron inmediatamente las palabras que aquella tarde había profesado el remedo de anciano aquel: “...los hombres pintados en aquella obra eran capaces de predecir el futuro siempre y cuando se reemplazara un alma con otra.”

Ahora entedía. “...Un alma por otra”.


Y así recuperó su vida. Poco a poco todo fue regresando con ayuda de aquella pintura que lo llamó desde un primer momento. Nunca había sido más feliz que en aquella época en donde una alma sustituía a la otra todas las noches. Y el futuro se predecía. Y una plétora de fantasías comenzaron nuevamente a llenar sus arcas. Todo volvió a ser normal a su forma de ver las cosas. El dios regresó al su monte Olimpo.

Frecuentemente rondaba su viejo vecindario. La mano siempre dentro de aquella gabardina de la que nunca se deshizo. La usaba para mezclarse entre la porquería de su antoguo barrio. Un traje tan costoso como el de él se arruinaría con la mínima brisa de un lugar de tan ridícula categoría. No encontraba placer en volvera recorrer aquellas quebradas calles pero si era una buena fuente de almas que nadie extrañaría.

Cierto día, en una de sus búsquedas de almas sin recuerdos, cierta voz le saludó. Buenas noches dijo aquella voz fuerte voz. No había sentido ese tipo de miedo en mucho tiempo. Miedo inocente, miedo de infante a la oscuridad, miedo con matices de terror desolador. Era la misma voz que hace tanto no le había querido dar la pintura. Ahí estaba, frente a mí. Exactamtene como lo recuerdo. El mismo boceto de hombre que hace tiempo atrás me quiso negar la oportunidad de ser feliz.

Te has de preguntar como puede ser, dijo el viejo con su voz de trueno. En realidad no tengo porque explicarlo puesto que sé que nunca escuchas a nadie más que a ti mismo. Sólo escucha esta advertencia. Debes un alma.

La mente de aquel apostador no comprendió muy bien el significado de aquella frase. Y el viejo continuó. Debes un alma pues la primera que diste ya estaba tomada hace mucho y por eso estoy aquí hablándote nuevamente. Esa alma vacía sirvió solo para que entendieras el potencial de la pintura. Debes conseguir otra alma más y no debes molestar a la pintura esta noche. Considérate bajo advertencia. Recuerda “siempre y cuando se reemplazara un alma con otra.” sentenció el viejo. No molestes a los dos hombres de la pintura solo por esta noche. Y el viejo se perdió entre tanta sombra que genera la noche.

Esa noche tampoco fue dificil conseguir un alma de reemplazo. Y la sentencia no se hizo esperar. Y allá caminaba el verdugo por las calles de anataño buscando siempre un alma para reemplazar su odio por su efímera felicidad.

Esa misma noche llegó a su mansión. En su cuarto lo esperaban las mismas comodidades a las que estaba acostumbrado. Colgado en una pared de su cuarto aquella pintura que tanta fortuna le había traído. Y pensó en lo que dijo el viejo. Esta noche estaba reponiendo el alma no pagada. Esta noche debía de dejar la pintura en paz para que se ocupara de sus propios menesteres. Miraba fijamente las dos figuras en la pintura. El dolor reflejado en sus rostros. Como aquellos que han perdido algo que nunca van a recuperar. “Pobres ilusos” pensó. Si tan solo se hubiese topado con una suerte similar a la mía, quizá la demencia no se hubiese reflejado tan bien en su rostro.

Y la hora de dormir llegó. Lentamente se el peso sobre los párpados se iba haciendo insoportable. La sensación de la muerte ha de ser similar. Por lo menos ahora tenía la certeza de que viviría para siempre y con todas las comodidaes. Pensó que alguien lo había bendecido con aquella pintura. Pensó que el no pertenecía al simple mundo de la clase baja y que por eso la vida misma le había otorgado aquel macabro cuadro con aquellas dos agonizantes figuras.

Y así se fue quedando dormido. El disfrutaba mucho de la hora de dormir. Básicamente porque era como una realidad alterna que no ofrecía conocimiento del entorno y, por ende, nada dolía, nada molestaba, nada te podía hacer daño

Y así se fue quedadn do dormido y comenzaron aquellos quejidos a los que ya estaba tan acostumbrado. Y se vinieron a la mente las palabras del viejo. Algo borrosas, algo distorsionadas. Como si por puro reflejo su cuerpo las fuese erradicando de la memoria. Porque el alma de un apostador no entiende razones y excusas. El fuego lo quemaba por dentro. Ahí estaba, otra oportunidad y no tenía ganas de dejarla pasar. “No debes molestar a la pintura esta noche”.

Esa idea rondaba en su cabeza pero parecía no tener peso alguno sobre la necesidad de quien juega con su destino por enfermedad. Con corazón de apostador pensó “¿qué es lo peor que puede pasar?”. Y así, se levantó y caminó hacia la pintura aquella y formuló su pregunta. Ya luego repondría el alma que debo, se dijo a si mismo sin recordar que ya tantas veces había desobedecido órdenes lógicas sobre las que había sido ya advertido. Y olvidó los nefastos resultados de haber ignorado a la lógica de la que tanto se jactaba.

Todo el resto de la noche fue silencio. El sol se somó por la ventana y saludó sin obtener respuesta alguna. Ese día no se escuchó un solo ruido en toda la mansión. Nada más se supo nunca de aquel desdichado que todo lo tuvo y nada mantuvo. De aquel que vivió en su propio paraíso y desgustó de la misma manzana de la que tanto se habla en ese libro de fuerte connotación religiosa.

Por la noche, sólo se vio la figura semi humana del viejo que salía despacio de la mansión aquella. Con semblante triste ya sea por lo que sabía o simplemente por el tiempo que se ha acumulado en su alma. Llevaba solamente una pintura macabra bajo su brazo que se podía describir mas o menos así: El entorno se asemejaba a un pantano. Extraños insectos desfilaban en lo que parecía un lodozo suelo. La luna parecía tan asustada que solo se asomaba un poco tras una grices nubes. En el fondo unas montañas negras coronaban uno de los más tristez firmamentos que jamás se hayan pintado. Y, en primer plano, dos árboles sin nada más que dos frondosas ramas por árbol de las cuales colgaba una especie de jáula de un hierro viejo y cansado. El detalle era tal que se veía el herrumbre en la cerradura en en alguno que otro barrote. Tres jaulas estaba ocupadas, una jaula estaba vacía.

Y dentro de cada jaula, algo que se podría llamar un ser humano. Tres prisioneros de una cruel fortuna. Tres almas que parecían querer morir sin poder lograrlo. En su rostro se dibujaba algo que, por falta de una mejor palabra, llamaremos angustia. El llanto se deslizaba en sus mejillas dejando un zurco de dolor y sufrimiento. Uno tenía una mano en su cabeza, el otro una mano en su mejilla y el otro una mano dentro de su gabardina”.






No hay comentarios: