08 enero 2011

Sin Poder Decir Adiós

La escena es la siguiente. Una noche ajetreada en una tienda de abarrotes. El reloj parece caminar más rápido de la cuenta producto de las mil y una tareas a realizar. El empleado de la tienda camina sin cesar por todo el lugar. Moviendo cajas en un lado, acomodando mercadería en otro, y corriendo tras el mostrador para cobrar los abarrotes que los pocos clientes que llegan a altas horas de la madrugada deciden comprar.

12:45 AM dice ahora aquel esclavizante tic-tac. Aquella onomatopeya del capitalismo que lo ahoga, que lo limita, que le evita ser libre.

El empleado se encontraba a esa hora tras el mostrador pues dos indecisos clientes exploraban aquel pequeño recinto como si se hubiesen perdido en la selva más densa que se pueda imaginar. Ding-dong, suena el timbre de la puerta que avisa que un nuevo aventurero ha decidido adentrarse en la maraña adictiva del consumismo.

Aquel empleado miró al nuevo cliente y notó de manera inmediata cierto desvarío en su forma de caminar, en el remedo de sonrisa que intentaba anunciar que todo estaba bajo control.

El cliente camina lento hacia el refrigerador y, mientras tanto, el empleado aquel divisa una pequeña y agraciada mujer del otro lado del vidrio, afuera, en el frío de la noche, esperando a que aquel cliente termine la sencilla tarea de comprar un refresco gaseoso.

Por fin el cliente llega a la registradora. Sólo una gaseosa en sus manos. Sin mayor eventualidad, la transacción se ha consumado y a duras penas el cliente, persona joven de tez morena, sale del local. Mientras tanto el empleado escrutina cuidadosamente a la pareja que ahora parece han decidido quedarse justo afuera de la puerta de la tienda a tomar aliento.

-"¿Debo decirles que se vayan?" Piensa el empleado aquel a sabiendas de que quedarse haciendo nada afuera de un local es prohibido por la ley. -"¿Qué mal me hacen?" Se dijo a sí mismo mientras su pensamiento era distraído por los dos primeros exploradores que, sin haber comprado nada, decidieron retirarse.

No pasa un minuto y aquel joven de tez morena vuelve a entrar a la tienda. -"Necesito un encendedor", dice con palabras entrecortadas y cuidadosamente pronunciadas. -"Necesito ver una identificación", dice el empleado con determinación férrea. El joven aquel entrega el documento. El empleado lo examina de manera cuidadosa.

Confirmando que aquel joven ha alcanzado los 18 años, se consuma la venta. -"Ya nos vamos", dice el joven en tono angustiado. -"Disculpe tanto problema", agrega. -"No se preocupe ud. No están causando ningún problema", dijo el empleado en tono tranquilo pero sin sonar amistoso.

El joven vuelve a salir y esta vez el empleado gira su cuerpo 90 grados a la izquierda y fija la mirada hacia afuera por la ventana. La joven esperaba nuevamente a aquel individio cuya compañía no parecía causar nada más que daño a aquella joven.

El empleado ahora miraba fijamente a la muchacha pero ella, de espaldas, no notaba que la estaban viendo. Además, su evidente estado alcohólico le degradaba los sentidos al punto de notársele cierto desequilibro en su espera. Analizando cada detalle el empleado vio que era alguien sumamente joven, en sus 15 o 16 años. Delgada, de buen cuerpo y rasgos delicados. Su largo cabello castaño había perdido un poco el brillo quizá por la falta de luna esa noche. Las manos a los costados, manos pequeñas, casi tiernas y temblorosas producto quizá, del crudo y cruel frío que asechaba. Luego del análisis el empleado pensó: "mira esta muchacha tan joven y tan linda y en esta compañía y en ese estado en que anda. ¡Ah la juventud no tiene caso!".

En ese justo momento, luego de tal tribulación, la muchacha volteó su cara como si hubiese escuchado los pensamientos de aquel empleado. Como si quisiera pedir ayuda de manera inconciente. Y lanzó, en su deplorable estado y através de aquella ventana, un remedo de sonrisa. El empleado devolvió el gesto. En su rostro se dibujó de igual manera una semi-sonrisa y un gesto con la cabeza en forma de saludo indicaba que la sonrisa de aquella joven era bien aceptada y, en cierta forma, era una manera de decir que el empleado aquel tenía tristeza por la forma en que cierta gente decide llevar las riendas de su vida.

Pero aquel empleado no dijo nada, ¿qué derecho tenía?

La vida siempre tiene planes ajenos a nuestra percepción del mundo. Planes que quizá solo la conciencia entiende y siendo que esta no puede hablar decide intentar comunicarse de otras maneras como, por ejemplo, una sonrisa através de una ventana.

¿Cómo iba a saber aquel empleado que aquella sonrisa, aquel gesto de saludo, de aliento, de tristeza, de melancolía, aquel gesto que le decía a la joven "deja esa vida", iba a ser la última sonrisa que aquella joven iba a ver en su vida?

1:00 AM. Un estruendo y gritos llenan el aire de la ya tenebrosa noche. Otra cliente entra rauda a la tienda y mira al empleado con ojos de pánico. -"Llame al 911" dice de manera sorprendentemente serena para lo que decía su rostro. -"Ha habido un accidente", agrega. Y el empleado aquel no supo como reaccionar.

Resulta ser que, en su estado deplorable, ambos individuos decidieron cruzar la calle frente a la tienda de manera ilegal, sin usar el semáforo, por media calle. Un conductor desconocido y cobarde que no tuvo las agallas de enfrentar sus actos, atropelló de frente a aquella joven que hace tan solo unos minutos esperaba por aquel joven de tez morena. Dicen las crónicas del evento que la joven voló y su cuerpo cayó tácito e inmobil en aquel negro asfalto ahora teñido de rojo.

Junto a ella, aquel joven de tez morena gritaba enajenado, como si todo el alcohol de su sangre hubiese salido disparado en cada palabra, en cada lamento, en cada grito.

De manera inmediata varios transeuntes hicieron una barrera alrededor de aquella joven o, por lo menos, de su cuerpo para evitar que otros conductores causaran algún otro daño. Y la noche ahora se teñía con las luces de los vehículos de emergencia. Primero, la policía, luego los paramédicos que rápidamente se pusieron a trabajar. Pero las miradas se dirigieron al suelo cuando montaron a la joven en una ambulancia que partió sin sonido de sirena alguna. Ya era muy tarde, ya todo había terminado.

-Fin De Escena-


Triste la historia, ¿no? Lo más triste es el digerir los hechos y el aceptar la verdad de que yo era el empleado de esa tienda y me hubiese encantado haber inventado la historia de la nada en lugar de estar narrando lo que aconteció a la una de la madrugada de este ocho de enero del 2011.

No pueden comprender el dolor que tengo en el alma. Aunque entiendo que no fue mi culpa, las cosas que me atacan el pensamiento me oprimen la voluntad de manera irremediable. ¿Y si hubiese dicho algo? ¿Si hubiese llamado yo a la policía para dar parte de dos menores alcoholizados (aquí la edad legal para tomar es 21)? ¿Y si los hubiese invitado a quedarse y les regalo un café para que "se les baje"?

Son tantas las variables, los cuestionamientos que me hacen enflaquecer la cordura. Siento un peso indescriptible en la conciencia. Y recuerdo esa mirada, ese momento en que ella trató de buscar mi ayuda con sus ojos. Ese momento en que su conciencia me intentaba decir: "no me dejes ir".

¿Y si tan solo el joven se hubiese tomado 10 segundos más en bucar la soda? ¿Y si no se hubiese devuelto por el encendedor? ¿Y si yo no le hubiese pedido identificación?

¿Es verdaderamente inexorable el destino?

Y luego pienso en que mi sonrisa fue el último gesto de humanidad que recibió en su corta vida. Como si yo y sólo yo, me hubiese despedido de ella antes de saber lo que iba a acontecer.

Ella se fue, terminó su ciclo. Sólo por la estupidez, por la necedad de estar a la moda. Por esa ambición de sentirse mayor y evadir la realidad buscando escapes y salidas sencillas con personas que no agregan ningún valor. Se fue sin poder decir adiós, sin poder decir gracias, sin tan siquiera poder despedirse de aquellas personas que en realidad la querían si es que había alguna. Porque una niña de 15 años a la 1 AM, embriagada más allá de la cordura y con una compañía miserable, austera y de poco valor, parece carecer de un cariño verdadero.

Y yo con el cargo de conciencia y aquel joven de tez morena con más problemas de los que se pueda imaginar y una vida arruinada en menos de 15 minutos.

Es increíble pensar en la fragilidad de nuestra vida. Todos los sueños y planes a largo o corto plazo se pueden ver alterados al compás de un segundo. Por eso, lo digo y lo mantengo, "Carpe Diem" compañeros y que no se diga más,

Yo seguiré aquí pensando en aquella joven que no me dijo adiós y a la que no le dije adiós. Aquella que me sonrió por última vez a mí y aquella a la que esa noche dirigí su última sonrisa. Quizá nos encontremos en el más allá algún día y me diga gracias y quizá yo me pueda entonces disculpar.

¡Buen viaje!

2 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente Jona me dejaste sin palabras ... no alcanzo a imaginar como debes sentirte, lo plasmaste muy bien en este escrito un saludo gigante

Glory

Anónimo dijo...

10!